No lo voy a negar, el DIOR de RAF SIMONS me cuesta. No es algo que nada más verlo me conquiste sino más bien lo contrario, a voz de pronto, puede que hasta me disguste. Luego lees las comentarios en las redes sociales, que suelen ser más sinceros que los de las editoriales de moda y veo lo mismo. Que cuesta, que no gusta. Pero... ¿no son muchas veces las cosas que de entrada no gustan, las que te obligan a abrir un poco tu mente e intentar ir más allá?. ¿No nos aconsejan constantemente que debemos salir de nuestra zona de confort?. Con su colección de crucero este sentimiento no ha cambiado pero si he intentado ir más allá. SIMONS declaraba que la elección del lugar, LE PALAIS BULLES propiedad de PIERRE CARDIN, no era casual. Una especie de casa de LOS PICAPIEDRA ultrasofisticada y enorme que, según SIMONS, es intima y sin intención de intimidar. Y esto es lo que parece que quiere hacer con firma Dior, restarle el carácter imponente de la firma y hacerla más cercana. ¿La manera? Imponer su personalidad como una especie de acto de rebeldía ante la autoridad. En la colección crucero se refleja en estampados abstractos y ese aire futurista que viene hace tiempo impregnando las colecciones para la firma francesa, de la que sigue conservando la factura impecable de las prendas y, en este caso, vuelve a recuperar la silueta Bar que últimamente había desterrado a la segunda fila. Como las ventanas del escenario, las líneas curvas son las grandes protagonistas como toda una gama de colores terracota. ¿Conclusión?. Igual hay que tomarse la molestia de esforzarse un poco en mirar más allá y ser capaces de apreciar este nuevo DIOR... o no.

José Ramón Rocabert.