El pasado 4 de Feberro se celebró la gala de los Goya, los premios anuales del cine español. Una fiesta que cada año lo intenta... pero nunca llega. En su empeño por quitarse el sambenito de querer parecerse a los Oscar y hacer algo original, someten al telespectador a un espectáculo que incluye actuaciones musicales de los 90, un guión sin gracia o ritmo y decorados (y figurantes) que podrían haber sido comprados en Wallapop.
Este año la presidenta de la Academia, la estupenda Yvonne Blake, prometió una gala "más austera, y a la vez más elegante y con más encanto". Es decir: para echarse a temblar. Aún así, y aunque incluso muchos profesionales del cine prefieran los Premios Feroz a estos, a los Goya hay que tenerlos cariño... los pobres. Celebran el cine español, que siempre viene bien y es un buen tema de conversación para el café del lunes en la oficina.
Una cosa que sí tienen en común estos premios con los Oscar es que no garantizan en absoluto el éxito posterior a sus ganadores. A finales del año pasado leímos la noticia sobre la misteriosa venta de uno de los Goya del cineasta Juanma Bajo Ulloa en una tienda de segunda mano, y muchos de los premiados no levantan cabeza tras ganar, precisamente, un "cabezón" que debería asegurarles el futuro profesional. Estos son solo algunos ejemplos de este particular Expediente Goya: