Ojiplática y platónicamente enamorada. Así me quedé el otro día volviendo en tren de mi parón vacacional al descubrir los vídeos de Oliver Latta, un alemán con poco rastro en las páginas de internet pero con mucho peso en su cuenta de Instagram.

Por la gracia del azar y del salto en salto que favorecen las imágenes de la red social, caí de pleno en una galería con forma de ensoñación en movimiento y a todo color. El artista alemán, diseñador gráfico e ilustrador de profesión, le ha metido mano al terreno de la animación y regala a las retinas un imaginario lleno de formas y texturas donde casi nada es lo que parece .

Órganos con vida propia, manos, ojos o cerebros; letras y números mutantes con cuerpos de coral; rostros desestructurados y hasta extraños personajes andróginos son algunos de los motivos que invaden los clips de Oliver. Un ejercicio de magia que no sólo tira de refinamiento estético con vocación contemporánea, sino que revela una potente e inquietante carga narrativa.

Porque los clips de Latta funcionan como relatos visuales condensados, representaciones emocionales de experiencias que recrean nuestras conexiones internas, nuestros colapsos mentales momentáneos, nuestros atrapes vitales y nuestros semihabituales "¡aaaaahhahhh que me vuelvo loca, coño!".