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MURIEL BORDIER: UNA PARODIA DE LO MONUMENTAL Y LO PEQUEÑO

  • Que la fotografía y el collage digital sean dos de las disciplinas protagonistas del arte del siglo XXI es un hecho que los amantes de la imagen contemporánea sólo podemos celebrar. Y si encima ese tándem viene acompañado de discurso crítico y de voluntad de estirar conciencias, la cosa va de sacar cohetes. Porque exceso de imágenes, habelas hailas, pero de miradas afiladas capaces de decir algo de lo que nos pasa y nos pesa en el mundo de hoy, vamos más regulín.

    En este sentido, el trabajo de la fotógrafa y cineasta francesa Muriel Bordier es motivo de fiesta. Su obra integra de forma magistral diversos códigos culturales de nuestras sociedades modernas, generalmente definidos por la lógica del más es más: espacios de ocio y de trabajo de dimensiones desorbitadas se tensionan con multitudes informes de individuos reducidos a la pequeñez de una mancha.

  • Sus series "Las Termas", "Open space" y "Espacios museísticos" son un puro chute visual. Extremadamente elaboradas a partir de maquetas y fotografías integradas digitalmente, las imágenes presentan paisajes casi distópicos (pero más reales que la vida misma) de arquitecturas desmedidas que parodian el absurdo humano en su tendencia a la masificación. Los espacios dominan las actitudes de los personajes, personitas que parecen réplicas de un mismo modelo. Una nueva versión del autómata, del "ahora se lleva ser un clon" o del zombie, según se mire, pero en todo caso, una imagen aterradora de la falta de singularidad del individuo gregario.

    La empresa, el museo y la piscina sirven para satirizar los abusos de las instituciones que organizan nuestras vidas de trabajo, ocio y cultura: las colas insufribles, la sincronización de los gestos, las actitudes constreñidas en modo "qué interesante es esta pieza, ¿te das cuenta?" o la pompa remilgada de las inauguraciones son algunos de los códigos que Muriel Bordier, con mucha astucia e imaginación, evidencia y ridiculiza.

  • Lo desmedido de los espacios, el sentido del humor y el impresionante refinamiento estético de la obra de la francesa nos invitan por contraste a deslizar la mirada en los detalles, en eso que somos y que muchas veces perdemos en medio de arquitecturas delirantes y marabuntas que nos aplastan y nos dejan hechos migajas. Todo un ejercicio de percepción que parece reclamar una "justa medida" de las cosas que nos reconcilie con el hecho de ser pequeños pero también únicos.

    Laura Suárez.

  • Que la fotografía y el collage digital sean dos de las disciplinas protagonistas del arte del siglo XXI es un hecho que los amantes de la imagen contemporánea sólo podemos celebrar. Y si encima ese tándem viene acompañado de discurso crítico y de voluntad de estirar conciencias, la cosa va de sacar cohetes. Porque exceso de imágenes, habelas hailas, pero de miradas afiladas capaces de decir algo de lo que nos pasa y nos pesa en el mundo de hoy, vamos más regulín.

    En este sentido, el trabajo de la fotógrafa y cineasta francesa Muriel Bordier es motivo de fiesta. Su obra integra de forma magistral diversos códigos culturales de nuestras sociedades modernas, generalmente definidos por la lógica del más es más: espacios de ocio y de trabajo de dimensiones desorbitadas se tensionan con multitudes informes de individuos reducidos a la pequeñez de una mancha.

  • Sus series "Las Termas", "Open space" y "Espacios museísticos" son un puro chute visual. Extremadamente elaboradas a partir de maquetas y fotografías integradas digitalmente, las imágenes presentan paisajes casi distópicos (pero más reales que la vida misma) de arquitecturas desmedidas que parodian el absurdo humano en su tendencia a la masificación. Los espacios dominan las actitudes de los personajes, personitas que parecen réplicas de un mismo modelo. Una nueva versión del autómata, del "ahora se lleva ser un clon" o del zombie, según se mire, pero en todo caso, una imagen aterradora de la falta de singularidad del individuo gregario.

    La empresa, el museo y la piscina sirven para satirizar los abusos de las instituciones que organizan nuestras vidas de trabajo, ocio y cultura: las colas insufribles, la sincronización de los gestos, las actitudes constreñidas en modo "qué interesante es esta pieza, ¿te das cuenta?" o la pompa remilgada de las inauguraciones son algunos de los códigos que Muriel Bordier, con mucha astucia e imaginación, evidencia y ridiculiza.

  • Lo desmedido de los espacios, el sentido del humor y el impresionante refinamiento estético de la obra de la francesa nos invitan por contraste a deslizar la mirada en los detalles, en eso que somos y que muchas veces perdemos en medio de arquitecturas delirantes y marabuntas que nos aplastan y nos dejan hechos migajas. Todo un ejercicio de percepción que parece reclamar una "justa medida" de las cosas que nos reconcilie con el hecho de ser pequeños pero también únicos.

    Laura Suárez.

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