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LA MIRADA ÍNTIMA DE PEPE CARRETERO

  • Cuesta mucho encontrar una definición del arte. Aunque quizás ni siquiera exista como tal y ésa sea precisamente la gracia de una profesión, la del artista, que trabaja entre la falta de términos concretos y el exceso propio de la producción de sentido. Y cuando digo sentido no me refiero al significado cerrado de las cosas, que para eso está la ciencia, si no a la facultad de hacer sentir a través de la composición de líneas, texturas y colores. Porque la gracia del artista tiene que ver justo con eso: con el poder de tocarnos el cuerpo desde la vista.

    Ese meterle mano al cuerpo hasta hacerlo tambalear de emociones es lo que domina la pintura de Pepe Carretero, cuya retrospectiva acoge hasta el 19 de agosto La Casa de Vacas del Retiro. "La mirada íntima", titula el artista su exposición, haciendo un justo uso de lo que las palabras pueden nombrar en su impotencia. Palabras ambas que están implícitamente cargadas de tiempo (el tiempo de ver y el tiempo de sentirse en casa con uno mismo), al igual que la obra pictórica de Pepe, donde la memoria del pasado se junta con el deseo que mueve al erotismo.

    Sus pinturas parecen arrojadas desde el recuerdo, y como tales, se intuyen alteradas por el paso de la vida, del olvido y de las triquiñuelas de la conciencia. Porque si el niño es el padre del hombre, como dijo una vez un sabio de las profundidades del alma, en Pepe Carretero vemos aparecer con fuerza a esa mirada de la infancia y, con ella, a los fantasmas, los sueños, los traumas y, sobre todo, la inocencia de un querer ver la vida con la sencillez que baña la intimidad de una habitación.

  • Y hay muchas habitaciones en la retrospectiva de Pepe. Habitaciones donde pasan cosas, donde las personas comen entre gestos rudos (tan propios de las gentes del interior) y la melancolía de unos silencios que se intuyen interrumpidos por el sonido de la televisión encendida; donde los cuerpos se tocan, se excitan y se extasían en los enredos de un erotismo que se antoja lleno de vicios (la soledad y el secreto) y de virtudes (el goce de la piel del otro, la compañía).

    Habitaciones donde se refleja también el reposo de las fatigas del día. Resultan sobrecogedores los cuadros de los padres del artista durmiendo. Una no puede evitar imaginarse a Pepe Carretero silencioso, en una esquina de la habitación en la hora de la siesta (la gente de pueblo dormimos la siesta en la cama, como debe de ser), lápiz en mano, bocetando y concentrado en las líneas de expresión del rostro de su madre, en esos trayectos de una vida que se alteran al ritmo de la profunda respiración del descanso. Pepe pinta durante la hora de la siesta también porque se aburre, como reza una de sus pinturas, y ya se sabe que el aburrimiento, cuando es coqueto y virtuoso, hace buenas migas con la imaginación.

  • En sus cuadros vemos escenas dominadas por un tiempo en diferido, que es el tiempo del inconsciente y de los sueños, materiales de trabajo recurrentes en la obra del artista manchego. Una pintura sensible que trabaja con la garra de lo cotidiano para, desde ahí (desde los muebles, los trapos, los retratos de boda, los objetos banales y hasta el polvo de la casa), proyectar sensaciones a modo de misiles.

    La mirada íntima de Pepe Carretero observa la vida en sus pinturas con la ilusión de los días de feria; como cuando el niño mira inquieto por la ventana de su cuarto, subido a una banqueta, y se imagina el bullicio de las gentes de la calle, el pasar de las mantillas, el claqueteo de los bailes y de los brindis o el aullido de los besos.

    Después de ver despacio su exposición (esa mirada íntima de Pepe), sólo pude pensar en el tremendo privilegio del artista, dotado de este poder de recreación que activa la entraña, y en el tremendo privilegio nuestro, espectadores de una vida, la suya y la de los suyos, que trama su historia entre el placer y la soledad que nos regala el tiempo.

    Laura Suárez.

  • Cuesta mucho encontrar una definición del arte. Aunque quizás ni siquiera exista como tal y ésa sea precisamente la gracia de una profesión, la del artista, que trabaja entre la falta de términos concretos y el exceso propio de la producción de sentido. Y cuando digo sentido no me refiero al significado cerrado de las cosas, que para eso está la ciencia, si no a la facultad de hacer sentir a través de la composición de líneas, texturas y colores. Porque la gracia del artista tiene que ver justo con eso: con el poder de tocarnos el cuerpo desde la vista.

    Ese meterle mano al cuerpo hasta hacerlo tambalear de emociones es lo que domina la pintura de Pepe Carretero, cuya retrospectiva acoge hasta el 19 de agosto La Casa de Vacas del Retiro. "La mirada íntima", titula el artista su exposición, haciendo un justo uso de lo que las palabras pueden nombrar en su impotencia. Palabras ambas que están implícitamente cargadas de tiempo (el tiempo de ver y el tiempo de sentirse en casa con uno mismo), al igual que la obra pictórica de Pepe, donde la memoria del pasado se junta con el deseo que mueve al erotismo.

    Sus pinturas parecen arrojadas desde el recuerdo, y como tales, se intuyen alteradas por el paso de la vida, del olvido y de las triquiñuelas de la conciencia. Porque si el niño es el padre del hombre, como dijo una vez un sabio de las profundidades del alma, en Pepe Carretero vemos aparecer con fuerza a esa mirada de la infancia y, con ella, a los fantasmas, los sueños, los traumas y, sobre todo, la inocencia de un querer ver la vida con la sencillez que baña la intimidad de una habitación.

  • Y hay muchas habitaciones en la retrospectiva de Pepe. Habitaciones donde pasan cosas, donde las personas comen entre gestos rudos (tan propios de las gentes del interior) y la melancolía de unos silencios que se intuyen interrumpidos por el sonido de la televisión encendida; donde los cuerpos se tocan, se excitan y se extasían en los enredos de un erotismo que se antoja lleno de vicios (la soledad y el secreto) y de virtudes (el goce de la piel del otro, la compañía).

    Habitaciones donde se refleja también el reposo de las fatigas del día. Resultan sobrecogedores los cuadros de los padres del artista durmiendo. Una no puede evitar imaginarse a Pepe Carretero silencioso, en una esquina de la habitación en la hora de la siesta (la gente de pueblo dormimos la siesta en la cama, como debe de ser), lápiz en mano, bocetando y concentrado en las líneas de expresión del rostro de su madre, en esos trayectos de una vida que se alteran al ritmo de la profunda respiración del descanso. Pepe pinta durante la hora de la siesta también porque se aburre, como reza una de sus pinturas, y ya se sabe que el aburrimiento, cuando es coqueto y virtuoso, hace buenas migas con la imaginación.

  • En sus cuadros vemos escenas dominadas por un tiempo en diferido, que es el tiempo del inconsciente y de los sueños, materiales de trabajo recurrentes en la obra del artista manchego. Una pintura sensible que trabaja con la garra de lo cotidiano para, desde ahí (desde los muebles, los trapos, los retratos de boda, los objetos banales y hasta el polvo de la casa), proyectar sensaciones a modo de misiles.

    La mirada íntima de Pepe Carretero observa la vida en sus pinturas con la ilusión de los días de feria; como cuando el niño mira inquieto por la ventana de su cuarto, subido a una banqueta, y se imagina el bullicio de las gentes de la calle, el pasar de las mantillas, el claqueteo de los bailes y de los brindis o el aullido de los besos.

    Después de ver despacio su exposición (esa mirada íntima de Pepe), sólo pude pensar en el tremendo privilegio del artista, dotado de este poder de recreación que activa la entraña, y en el tremendo privilegio nuestro, espectadores de una vida, la suya y la de los suyos, que trama su historia entre el placer y la soledad que nos regala el tiempo.

    Laura Suárez.

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