Cuesta mucho encontrar una definición del arte. Aunque quizás ni siquiera exista como tal y ésa sea precisamente la gracia de una profesión, la del artista, que trabaja entre la falta de términos concretos y el exceso propio de la producción de sentido. Y cuando digo sentido no me refiero al significado cerrado de las cosas, que para eso está la ciencia, si no a la facultad de hacer sentir a través de la composición de líneas, texturas y colores. Porque la gracia del artista tiene que ver justo con eso: con el poder de tocarnos el cuerpo desde la vista.
Ese meterle mano al cuerpo hasta hacerlo tambalear de emociones es lo que domina la pintura de Pepe Carretero, cuya retrospectiva acoge hasta el 19 de agosto La Casa de Vacas del Retiro. "La mirada íntima", titula el artista su exposición, haciendo un justo uso de lo que las palabras pueden nombrar en su impotencia. Palabras ambas que están implícitamente cargadas de tiempo (el tiempo de ver y el tiempo de sentirse en casa con uno mismo), al igual que la obra pictórica de Pepe, donde la memoria del pasado se junta con el deseo que mueve al erotismo.
Sus pinturas parecen arrojadas desde el recuerdo, y como tales, se intuyen alteradas por el paso de la vida, del olvido y de las triquiñuelas de la conciencia. Porque si el niño es el padre del hombre, como dijo una vez un sabio de las profundidades del alma, en Pepe Carretero vemos aparecer con fuerza a esa mirada de la infancia y, con ella, a los fantasmas, los sueños, los traumas y, sobre todo, la inocencia de un querer ver la vida con la sencillez que baña la intimidad de una habitación.