El pasado 8 de marzo mi WhatsApp despertó con una inusitada hiper-actividad y me desayuné ojeando el sinfín de mensajes "felicitándome" por el Día de la Mujer Trabajadora... En pleno siglo XXI eso no debería ser motivo de felicidad o regocijo sino de normalidad absoluta, así que queridos amigos: ¿No os parece que felicitarnos por ser mujeres trabajadoras en los tiempos que corren tiene un cierto regusto a micro-machismo?. Just saying.
Otra guerra es el tema de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres: ahí quedan aún muchas batallas que librar pero hay que hacerlo con la cautela de un funambulista, porque existe una delgada línea entre la libertad de la mujer y la castración de la feminidad, y suelen ser las propias mujeres las que a veces, en pro del respeto, olvidan respetar a los que piensan o actúan diferente. Si hay un blanco fácil y recurrente es el mundo de la moda: su pretendida frivolidad y su carga estética son carne de cañón para aquellos que mezclan sin pudor feminismo y desfeminización como única combinación posible, sin darse cuenta de que ir contra la estética no hace otra cosa que generar una nueva estética en si misma.
La moda ha hecho históricamente mucho en pro de la liberación de la mujer, pero vivimos tiempos de un cierto yihaidismo feminista, en parte propiciado por la capacidad de exposición que ofrecen hoy las redes sociales y que resulta una postura tan límite que casi se roza con el machismo que tanto rechaza: mujeres que cuestionan a otras mujeres, que pretenden marcar límites, que invalidan todo aquello que escapa a su criterio.