Dicen que viajar es un placer, pero seamos realistas: cuando tienes que levantarte a las 4 de la mañana para coger un vuelo en el que vas hacinado, en el que te cobran un potosí por un sándwich frío-casi-congelado mientras el personal de a bordo utiliza la megafonía del avión como si estuviera presentando La Tienda en Casa... pues mira, no. Ha habido viajes que rozaban lo infrahumano en los que casi hubiera preferido que me clavaran alfileres bajo las uñas.
Y es que la globalización tendrá cosas buenas, pero si hay algo a lo que le ha hecho flaco favor es al mundo viajes: Que si, que si el viajar no se hubiera democratizado posiblemente no conoceríamos tantos destinos ni habríamos podido escudriñar los confines del mundo con sueldos de mileuristas, pero a veces me pregunto si el selfie con el monumento de turno compensa la incomodidad que nos ha acompañado hasta llegar allí... y la respuesta siempre es NO.
Menos mal que en el mundo de los viajes todavía quedan Shangri-Las, oasis que te permiten seguir imaginando formas de descubrir el mundo que no son sueños sino realidades. Esos paraísos tienen un rey, y ese rey un nombre: Crystal Cruises. Desde que descubrí la compañía, cuando visualizo mi futuro ideal es siempre a bordo de una de sus naves. El lujo jamás alcanzó tan alta expresión en eso de viajar, y mi percepción de un crucero nuca volverá a ser la misma.