El cuerpo femenino y sus misterios han sido uno de los motivos predilectos del arte desde que el hombre es hombre (es decir, desde que levantó la vista y se encontró de bruces con la geografía de una mujer).
Después de varios siglos de historia y de producción de imágenes vinculadas a la representación de la mujer, lo cierto es que en estos menesteres, como en casi todos, el tema se reduce a una cuestión de gusto. Y en este caso, por partida doble.
Porque la mujer inspira sabores, sabe a muchas cosas. Y porque, entre otras virtudes, suele ser capaz de presentar varias versiones de sí misma y cautivar a los más exquisitos paladares, dulces, salados y amargos, o todos a la vez.
Las esculturas de la argentina Camila Váldez parecen ser más partidarias de los primeros. Esta joven artista de 30 años, coleccionista de envoltorios de golosinas y diseñadora industrial con dotes de repostería fina, trabaja con una idea de la mujer más próxima del azúcar que de la sal, más golosa que otra cosa.
De ahí sus piezas de aires ultrapop donde palomitas, bombones, helados, cupcakes, tartas, brownies, mararrons o rosquillas se humanizan con la incrustación de seductoras piernas femeninas.
Criaturas híbridas bañadas del brillo del caramelo y del encanto de las chucherías, de esas que les echan un pulso a nuestra dieta y declaran la victoria de nuestro antojo.