Alguien respetado en el mundo de la crítica de arte de nuestro país escribió hace unos días que la coincidencia de fechas entre ARCO y el CARNAVAL era de lo más pertinente. Parece que la mascarada colectiva que supone una feria de arte contemporáneo (que hincha sus cifras de visitantes y resulta sorprendentemente opaca en la definición de sus presupuestos) molesta cada vez más a los profesionales del sector, hartos de la criba arbitraria de galerías, la falta de apoyo institucional y presupuestario, el arribismo y la absurdez general de la puesta en escena de un evento cuya experiencia se parece cada vez más a una tarde en un gran almacén de extrarradio. ARCO sería algo así como una versión derivada del Carrefour separado por sectores de gasto, donde el común de los mortales, consumista retiniano que paga 40 eurazos por la entrada y se pasea por la feria con la miga del bocata en la boca y haciendo fotos a obras que ni siquiera ha mirado, convive con el profesional del sector que da sorbitos a una copa de Ruinart, aquel que lleva el rictus afinado y el culo prieto porque si con todo este circo no vendemos la cosa se pone ultrachunga. (nota: lo de Ruinart sí que tiene arte: qué cabrón es el lenguaje a veces).