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ARCO 2017: VANIDADES Y OTROS GAJES DEL OFICIO DEL ARTE

  • Alguien respetado en el mundo de la crítica de arte de nuestro país escribió hace unos días que la coincidencia de fechas entre ARCO y el CARNAVAL era de lo más pertinente. Parece que la mascarada colectiva que supone una feria de arte contemporáneo (que hincha sus cifras de visitantes y resulta sorprendentemente opaca en la definición de sus presupuestos) molesta cada vez más a los profesionales del sector, hartos de la criba arbitraria de galerías, la falta de apoyo institucional y presupuestario, el arribismo y la absurdez general de la puesta en escena de un evento cuya experiencia se parece cada vez más a una tarde en un gran almacén de extrarradio. ARCO sería algo así como una versión derivada del Carrefour separado por sectores de gasto, donde el común de los mortales, consumista retiniano que paga 40 eurazos por la entrada y se pasea por la feria con la miga del bocata en la boca y haciendo fotos a obras que ni siquiera ha mirado, convive con el profesional del sector que da sorbitos a una copa de Ruinart, aquel que lleva el rictus afinado y el culo prieto porque si con todo este circo no vendemos la cosa se pone ultrachunga. (nota: lo de Ruinart sí que tiene arte: qué cabrón es el lenguaje a veces).

  • En fin, no voy a ser yo la que critique a la crítica porque la señora lleva razón en muchas cosas, fundamentalmente en una: que, en España, la cultura en general y el arte en particular, tienen valor de chirigota (esto es, de ocio) y, como tal, se financian con calderilla pública. Lo que supone que la mayor parte de las personas que viven del sector más bien malviven y que nuestro país merece un emoticono propio. Porque ojo: como Hacienda (emoticono risas), ARCO somos todos (emoticono pensativo), es decir, se paga con dinero público (emoticono echando humo). Así que lo verdaderamente jodido de este asunto es que el acceso a ARCO, con su valor de parque recreativo, cueste lo mismo que llenar el carro de la compra de un día o dos. Y lo cierto es que quizás no nos vendría mal facilitar al común de los mortales este tipo de recreos, aunque como decía la dama de la crítica, aquéllos sólo se lo permitan una vez al año, porque menos da una piedra.

    Para aquellos que no vivimos profesionalmente del mundo del arte pero que necesitamos el arte para vivir mejor, ese carnaval llamado ARCO tiene algo de ensoñación encantadora. Hay años en los que la ensoñación es más fina que otros y lo cierto es que esta edición ha sido bastante más lograda que la anterior: no sé si a causa de la argentinada del ambiente, ensueño en sí mismo hecho voz, pero algo de la fantasía y la suspensión de la realidad se puso especialmente en juego. Porque la cosa iba mucho más allá de cuadros, esculturas y collages (grandes protagonistas de esta edición, para mi personal regocijo). Esto es lo que se pudo ver, escuchar y hasta olfatear en la 36 convocatoria de la feria carnavalesca del arte contemporáneo español:

  • Vamos con el material sensible de interior. En lo que a los "disfraces" se refiere, mucha gomina y peinado para atrás en los caballeros y mucho, mucho perfume con olor a caro en las señoras que pululaban por la feria el día de la inauguración. Y hay que decir que, en cuestión de grandes damas, este año dedicado a Argentina se ha ido de madre. Madamismo en estado puro, lo cual viene a significar muchas mujeres con mucho pasado, altas dosis de maquillaje de lujo y bien de mecha. A este género se le sumaba otro de lo más interesante: entre mucho bastón y sillas de ruedas de diseño, se intuían marqueses, condes y dueños de castillos y mansiones carnaza de relatos de ciencia-ficción. Pura ensoñación novelesca, como decíamos.

    Sensual o coreográfico son algunos de los palabros que desfilaban por bocas de galeristas y feriantes suliveiados (o jugando a serlo) ante las piezas de sus artistas favoritos. Lo cierto es que algo de eso aparecía frente a los diversos estilos de collage presentes en la feria. El corta-pega y el trabajo con fragmentos en distintos soportes parece volver a la carga tras años de capa caída. Especialmente sugerentes (sensuales y coreográficos, vamos a decir) eran las composiciones de sobres y foto-trouvées de Rodrigo Matheus, los paisajes recortados de Nacho Martín Silva o Lilly Lulay; las pinturas mixtas de Alfonso Albacete o Santiago Giralda o las fotografías intervenidas de la siempre eficaz Carmen Calvo.

  • La reivindicación de derechos sociales, las referencias al mundo político y el cuestionamiento de la propia institución del arte también ocuparon su espacio: instalaciones coloristas con tiendas de campaña en claro guiño al movimiento Occupy, piezas realizadas a base de titulares de prensa (Nuno Nunes Ferreira), críticas al machismo reinante en el arte contemporáneo (Chiara Fumai) o parodias del exceso de coquetería entre el arte y el mercado (colectivo Aggtelek, Cristina Garrido) protagonizaron stands patrios y extranjeros.

    Frente al efectismo visceral de muchas obras rodeadas por la tan manida aura pop, impresionaba el trabajo sobre papel delicado y sencillo de las piezas de Rosana Ricalde, Maco Maggi o Marie Orensanz y su guiño al dadaísmo. Maravillas realizadas a base de pliegues, dobleces, recortes o diminutas punciones. Especial mención merece la audacia de la galería argentina BARRO y la obra total de Nicola Costantino, "El verdadero jardín nunca es verde": un mural-instalación apocalíptica, guiño/homenaje al Bosco, recreaba una ensoñación tensa y hechizante a base de criaturas andróginas, animales y prótesis que harían las delicias del mismo Jodorowsky.

  • La pintura y la escultura perdieron peso y fuelle en esta edición de ARCO. (Paréntesis: Menos mal que existe ARTMADRID, una feria más modesta (43 galerías frente a las 200 de ARCO) situada en un lugar excepcional, la nave de cristal de CentroCentro Cibeles, que siempre regala descubrimientos. En esta 12 edición, se salieron las galerías 3 Punts de Barcelona, Klaus Steinmetz de Costa Rica y la Galería BAT con la fabulosa obra de Gustavo Díaz Sosa y el prometedor Rubén Martín de Lucas en el formato ONE PROJECT. En el elenco de artistas, destacaron las fascinantes distopías de José Benítez, las esculturas de Alejandro Monge (máscaras realistas de rostros humanos), Samuel Salcedo (criaturas semihumanas debatidas entre el pop y lo siniestro), Aurora Cañero y las instalaciones del taiwanés LAI Wei Yu).

  • Pero volvamos a ARCO, ya para cerrar el relato de la ensoñación. Entre obras de vedettes internacionales como Tony Oursler, Juan Muñoz o Antoine d´Agatha, que sientan siempre bien al ojo y a la conciencia y, por eso, una nunca se cansa de verlos, y las ya célebres piezas que no sabes si son arte contemporáneo o atrezzo del equipo de limpieza de la feria, se descubre una modalidad de ensueño más discreta: azafatas que se dejan notas de voz en sus descansos y se cotillean a los hermosos famosos que circulan por los stands: "Tía, tía, ha pasado Quim. Qué nervios tía. En realidad no es ni buen actor, pero ya sabes lo mucho que me gusta este hombre. Tía!". El personal trabajador también merece sus momentos de fantasía e ilusión en medio de la fiesta, qué caramba.

  • Después de mi periplo, llegué al final de ARCO con un dato objetivo: el metro que llega hasta el recinto ferial está en obras, con lo cual, había que buscarse las castañas. Yo me permití pagarme la ida en taxi, por eso de las ganas, pero la vuelta, ya sin prisas y con la cartera más ligera (por lo del bocata a 6 euros y tal), decidí coger un autobús. Total del trayecto =1h10 para llegar hasta Avenida de América.

    Menos mal que un personaje de 70 años, con una pinta a medio camino entre Lenin y Manet, artista, teólogo, apóstata y especialista en flores, se sentó a mi lado y me dio el viaje con anécdotas escabrosas y delirantes sobre el mundo del arte en España. "¿Qué le ha parecido?", le preguntó una mujer del asiento contiguo. "Hace tiempo que ARCO no es más que una feria de muebles y vanidades", respondió el hombre. "No me interesa aunque vengo desde hace años, cuando Soledad Lorenzo estaba de empleada, pero tampoco entonces me gustaba el ambiente". "Por suerte, he visto una pieza bellísima de un paralepípedo en una galería colombiana".

    Yo prometo que todo esto es real y literal y que me molesté en apuntar discretamente partes de la conversación en una libretita. "Y he visto de todo y conozco a todos. (?) Un amigo médico coleccionista operó a la Infanta, a la Reina antigua y a la mujer de José Bono para que pudieran procrear. Es además un maestro especialista en transformar a los machos en hembras y lo contrario. Figúrese lo importante que es. (?) Un tipo me recordó hoy a un galerista francés implicado en la mafia internacional que me pidió allá por los ochenta falsificar 100 Dalís. Por supuesto, le dije que no me interesaba". Esta escena colofón en la línea 122 de autobuses, a medio camino entre la realidad y la ficción, terminó de confirmarme que ARCO 2017 había valido mucho la pena.

  • Alguien respetado en el mundo de la crítica de arte de nuestro país escribió hace unos días que la coincidencia de fechas entre ARCO y el CARNAVAL era de lo más pertinente. Parece que la mascarada colectiva que supone una feria de arte contemporáneo (que hincha sus cifras de visitantes y resulta sorprendentemente opaca en la definición de sus presupuestos) molesta cada vez más a los profesionales del sector, hartos de la criba arbitraria de galerías, la falta de apoyo institucional y presupuestario, el arribismo y la absurdez general de la puesta en escena de un evento cuya experiencia se parece cada vez más a una tarde en un gran almacén de extrarradio. ARCO sería algo así como una versión derivada del Carrefour separado por sectores de gasto, donde el común de los mortales, consumista retiniano que paga 40 eurazos por la entrada y se pasea por la feria con la miga del bocata en la boca y haciendo fotos a obras que ni siquiera ha mirado, convive con el profesional del sector que da sorbitos a una copa de Ruinart, aquel que lleva el rictus afinado y el culo prieto porque si con todo este circo no vendemos la cosa se pone ultrachunga. (nota: lo de Ruinart sí que tiene arte: qué cabrón es el lenguaje a veces).

  • En fin, no voy a ser yo la que critique a la crítica porque la señora lleva razón en muchas cosas, fundamentalmente en una: que, en España, la cultura en general y el arte en particular, tienen valor de chirigota (esto es, de ocio) y, como tal, se financian con calderilla pública. Lo que supone que la mayor parte de las personas que viven del sector más bien malviven y que nuestro país merece un emoticono propio. Porque ojo: como Hacienda (emoticono risas), ARCO somos todos (emoticono pensativo), es decir, se paga con dinero público (emoticono echando humo). Así que lo verdaderamente jodido de este asunto es que el acceso a ARCO, con su valor de parque recreativo, cueste lo mismo que llenar el carro de la compra de un día o dos. Y lo cierto es que quizás no nos vendría mal facilitar al común de los mortales este tipo de recreos, aunque como decía la dama de la crítica, aquéllos sólo se lo permitan una vez al año, porque menos da una piedra.

    Para aquellos que no vivimos profesionalmente del mundo del arte pero que necesitamos el arte para vivir mejor, ese carnaval llamado ARCO tiene algo de ensoñación encantadora. Hay años en los que la ensoñación es más fina que otros y lo cierto es que esta edición ha sido bastante más lograda que la anterior: no sé si a causa de la argentinada del ambiente, ensueño en sí mismo hecho voz, pero algo de la fantasía y la suspensión de la realidad se puso especialmente en juego. Porque la cosa iba mucho más allá de cuadros, esculturas y collages (grandes protagonistas de esta edición, para mi personal regocijo). Esto es lo que se pudo ver, escuchar y hasta olfatear en la 36 convocatoria de la feria carnavalesca del arte contemporáneo español:

  • Vamos con el material sensible de interior. En lo que a los "disfraces" se refiere, mucha gomina y peinado para atrás en los caballeros y mucho, mucho perfume con olor a caro en las señoras que pululaban por la feria el día de la inauguración. Y hay que decir que, en cuestión de grandes damas, este año dedicado a Argentina se ha ido de madre. Madamismo en estado puro, lo cual viene a significar muchas mujeres con mucho pasado, altas dosis de maquillaje de lujo y bien de mecha. A este género se le sumaba otro de lo más interesante: entre mucho bastón y sillas de ruedas de diseño, se intuían marqueses, condes y dueños de castillos y mansiones carnaza de relatos de ciencia-ficción. Pura ensoñación novelesca, como decíamos.

    Sensual o coreográfico son algunos de los palabros que desfilaban por bocas de galeristas y feriantes suliveiados (o jugando a serlo) ante las piezas de sus artistas favoritos. Lo cierto es que algo de eso aparecía frente a los diversos estilos de collage presentes en la feria. El corta-pega y el trabajo con fragmentos en distintos soportes parece volver a la carga tras años de capa caída. Especialmente sugerentes (sensuales y coreográficos, vamos a decir) eran las composiciones de sobres y foto-trouvées de Rodrigo Matheus, los paisajes recortados de Nacho Martín Silva o Lilly Lulay; las pinturas mixtas de Alfonso Albacete o Santiago Giralda o las fotografías intervenidas de la siempre eficaz Carmen Calvo.

  • La reivindicación de derechos sociales, las referencias al mundo político y el cuestionamiento de la propia institución del arte también ocuparon su espacio: instalaciones coloristas con tiendas de campaña en claro guiño al movimiento Occupy, piezas realizadas a base de titulares de prensa (Nuno Nunes Ferreira), críticas al machismo reinante en el arte contemporáneo (Chiara Fumai) o parodias del exceso de coquetería entre el arte y el mercado (colectivo Aggtelek, Cristina Garrido) protagonizaron stands patrios y extranjeros.

    Frente al efectismo visceral de muchas obras rodeadas por la tan manida aura pop, impresionaba el trabajo sobre papel delicado y sencillo de las piezas de Rosana Ricalde, Maco Maggi o Marie Orensanz y su guiño al dadaísmo. Maravillas realizadas a base de pliegues, dobleces, recortes o diminutas punciones. Especial mención merece la audacia de la galería argentina BARRO y la obra total de Nicola Costantino, "El verdadero jardín nunca es verde": un mural-instalación apocalíptica, guiño/homenaje al Bosco, recreaba una ensoñación tensa y hechizante a base de criaturas andróginas, animales y prótesis que harían las delicias del mismo Jodorowsky.

  • La pintura y la escultura perdieron peso y fuelle en esta edición de ARCO. (Paréntesis: Menos mal que existe ARTMADRID, una feria más modesta (43 galerías frente a las 200 de ARCO) situada en un lugar excepcional, la nave de cristal de CentroCentro Cibeles, que siempre regala descubrimientos. En esta 12 edición, se salieron las galerías 3 Punts de Barcelona, Klaus Steinmetz de Costa Rica y la Galería BAT con la fabulosa obra de Gustavo Díaz Sosa y el prometedor Rubén Martín de Lucas en el formato ONE PROJECT. En el elenco de artistas, destacaron las fascinantes distopías de José Benítez, las esculturas de Alejandro Monge (máscaras realistas de rostros humanos), Samuel Salcedo (criaturas semihumanas debatidas entre el pop y lo siniestro), Aurora Cañero y las instalaciones del taiwanés LAI Wei Yu).

  • Pero volvamos a ARCO, ya para cerrar el relato de la ensoñación. Entre obras de vedettes internacionales como Tony Oursler, Juan Muñoz o Antoine d´Agatha, que sientan siempre bien al ojo y a la conciencia y, por eso, una nunca se cansa de verlos, y las ya célebres piezas que no sabes si son arte contemporáneo o atrezzo del equipo de limpieza de la feria, se descubre una modalidad de ensueño más discreta: azafatas que se dejan notas de voz en sus descansos y se cotillean a los hermosos famosos que circulan por los stands: "Tía, tía, ha pasado Quim. Qué nervios tía. En realidad no es ni buen actor, pero ya sabes lo mucho que me gusta este hombre. Tía!". El personal trabajador también merece sus momentos de fantasía e ilusión en medio de la fiesta, qué caramba.

  • Después de mi periplo, llegué al final de ARCO con un dato objetivo: el metro que llega hasta el recinto ferial está en obras, con lo cual, había que buscarse las castañas. Yo me permití pagarme la ida en taxi, por eso de las ganas, pero la vuelta, ya sin prisas y con la cartera más ligera (por lo del bocata a 6 euros y tal), decidí coger un autobús. Total del trayecto =1h10 para llegar hasta Avenida de América.

    Menos mal que un personaje de 70 años, con una pinta a medio camino entre Lenin y Manet, artista, teólogo, apóstata y especialista en flores, se sentó a mi lado y me dio el viaje con anécdotas escabrosas y delirantes sobre el mundo del arte en España. "¿Qué le ha parecido?", le preguntó una mujer del asiento contiguo. "Hace tiempo que ARCO no es más que una feria de muebles y vanidades", respondió el hombre. "No me interesa aunque vengo desde hace años, cuando Soledad Lorenzo estaba de empleada, pero tampoco entonces me gustaba el ambiente". "Por suerte, he visto una pieza bellísima de un paralepípedo en una galería colombiana".

    Yo prometo que todo esto es real y literal y que me molesté en apuntar discretamente partes de la conversación en una libretita. "Y he visto de todo y conozco a todos. (?) Un amigo médico coleccionista operó a la Infanta, a la Reina antigua y a la mujer de José Bono para que pudieran procrear. Es además un maestro especialista en transformar a los machos en hembras y lo contrario. Figúrese lo importante que es. (?) Un tipo me recordó hoy a un galerista francés implicado en la mafia internacional que me pidió allá por los ochenta falsificar 100 Dalís. Por supuesto, le dije que no me interesaba". Esta escena colofón en la línea 122 de autobuses, a medio camino entre la realidad y la ficción, terminó de confirmarme que ARCO 2017 había valido mucho la pena.

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